Una ceniza flotando en el aire es el recuerdo de un alerce que vivió mil años en la Patagonia. Una vajilla china descansa a salvo del fuego en una pileta de Pacific Palisades. Mujeres en Sari cargan alimentos con el agua hasta la cintura en Sindh, Pakistán. Barcazas navegan por el centro de Porto Alegre. Una pila de autos cubiertos de barro en Valencia… Imágenes del último año que nos indican que el cambio climático llegó hace rato y que lo vamos naturalizando, como una nueva normalidad, en la que videos que parecen escenas de un ataque zombie se vuelven virales y recurrentes.

Las ciudades, con su crecimiento desordenado y sus límites difusos, parecen meras espectadoras de estos escenarios. Sin embargo, es en ellas donde convergen, se gestan y se intensifican las dinámicas ambientales y climáticas, con sus correlatos sociales. Hasta ahora, las hemos concebido como estructuras elásticas, capaces de absorber transformaciones sin llegar a un punto de quiebre, pero ese límite se corre cada vez más.

La “resiliencia”, palabra imprescindible en cualquier proyecto, también se utiliza en el estudio de materiales, con distinto significado. Se define como la capacidad de un material para absorber energía mecánica y recuperar su forma original después de una deformación elástica. Sin embargo, en el universo de los recortes conceptuales, no se han popularizado dos conceptos que siguen en la curva de esfuerzo y deformación: el comportamiento plástico, que se refiere a cuando la tensión sobre un material o sistema genera una deformación irreversible pero aún absorbible, y el punto de ruptura, el umbral en el que la tensión es tal que provoca la fractura.

El 10 de febrero, la revista científica Nature publicó dos artículos que evidencian que 2024 fue el primer año en que la temperatura del aire en la superficie terrestre superó, durante 12 meses consecutivos, el umbral de 1.5 °C respecto a la época preindustrial. Los autores llegan a la conclusión de que la probabilidad de entrar en un período de 20 años consecutivos con temperaturas superiores a 1.5°C oscila entre muy probable (66%) y casi una certeza (99%), según el escenario de emisiones proyectado. (Bevacqua, 2025) Dicho en términos simples: hemos entrado literalmente en el horno, y los cambios en el clima que estamos viviendo son solo el comienzo. El siguiente hito es evitar que el aumento supere los 2°C, que es lo que se comprometieron a hacer los estados al firmar el Acuerdo de París.
Ciudades en crisis: ¿estamos preparados?
¿Están las ciudades preparadas para el mundo que viene? ¿Para olas de calor cada vez más intensas? ¿Para inundaciones críticas? ¿Para la migración de enfermedades? ¿Para la pérdida de biodiversidad? Y si no lo están…
El negacionismo es una ola tan grande como las inundaciones que golpean nuestras ciudades, pero Lo Real se impone. Estamos en una fase de deformación plástica de los entornos urbanos, donde los procesos climáticos irreversibles se vuelven cada vez más frecuentes, dejando una marca indeleble y transformadora.
Hoy tenemos el imperativo de reconfigurar nuestras urbes para afrontar la inclemencia climática. Necesitamos planificación a largo plazo, integración entre territorio, ciudad y clima, y una redefinición de la relación de la sociedad con su futuro, incierto no solo desde lo subjetivo, sino también desde lo climático.
La planificación urbana y de infraestructuras se basa en probabilidades de recurrencia de eventos extremos. Pero la línea de base ha cambiado: el clima evoluciona tan rápido que ya no existe un marco estable para evaluar las amenazas con certeza. Esto nos plantea un desafío doble: adaptar nuestras ciudades mientras reconsideramos su impacto en la dinámica climática.
Existe cierto consenso sobre estrategias climáticas macro que buscan mitigar emisiones y adaptarnos a los impactos. Sin embargo, hay un factor crítico al que no se le otorga centralidad: el uso del suelo a nivel urbano, periurbano y regional.
No solo la destrucción de humedales agrava las inundaciones y el efecto de isla de calor eleva las temperaturas urbanas. Las ciudades modifican el entorno de formas tales que alteran el clima regional.
Millán M. Millán, exdirector del Centro de Estudios Ambientales del Mediterráneo, ha documentado durante décadas cómo los cambios en el uso del suelo en el sur de España y el Mediterráneo han alterado los patrones climáticos. La deforestación redujo la retención de agua en el suelo, alteró los regímenes de evaporación y generó la desaparición de las lluvias de verano sobre las montañas, transformando el clima y generando tormentas impredecibles en otoño e invierno. (Millán, 2005) Su trabajo ha sido ampliamente citado tras la tragedia de octubre en Valencia.
Investigaciones recientes, como las publicadas en Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS), demuestran que las ciudades pueden inducir mayores precipitaciones al modificar la circulación atmosférica y la humedad. A través del monitoreo satelital de más de 1.000 ciudades de más de 5 km de radio durante 20 años, se identificó que en el 63% de los casos las lluvias en el área urbana son mayores que en la periferia rural. La urbanización cambia la formación y el movimiento de las lluvias. Las islas de calor urbano crean corrientes ascendentes que intensifican tormentas. Los edificios altos frenan el viento, prolongando lluvias o modificando su estructura. Al mismo tiempo, la sustitución de áreas verdes por cemento reduce la humedad disponible para la precipitación. Los aerosoles generados por la actividad humana también influyen, estabilizando la atmósfera y dificultando las lluvias. (Xinxin Sui, 2024)
Ejemplos sobran. Ciudad de México transformó su microclima al disecar su sistema lacustre. San Pablo enfrenta sequías más frecuentes debido a la deforestación del Amazonas, que interrumpe el ciclo de los “ríos voladores”, grandes corrientes de humedad transportadas por la atmósfera desde la selva. Buenos Aires, al expandir su mancha urbana, perder sus humedales periurbanos para construir barrios cerrados “náuticos” y entubar sus arroyos, ha aumentado su vulnerabilidad a inundaciones extremas.
El pensamiento hegemónico, centrado en que las emisiones son la única causa del cambio climático y que solo debemos mitigar y adaptarnos, nos deja en un lugar pasivo, impidiendo repensar los sistemas espaciales, productivos y de uso del suelo en todas sus escalas.
El desafío es construir una agenda integradora que coloque a las ciudades como artífices de su propio destino. La sostenibilidad urbana no es sueño eterno, sino hoy un deber con el futuro y, en definitiva, una herramienta de supervivencia.
Hacia una agenda de desarrollo sostenible
Para construir un futuro sostenible en las ciudades, es fundamental adoptar una visión integral del territorio, identificando riesgos y vulnerabilidades, generando una agenda transformadora del sistema urbano que absorba plásticamente los golpes de un clima cambiante.
La necesidad de integrar a la ciencia climática en la planificación urbana es cada vez más evidente; y la dialéctica entre meteorología, planes urbanísticos, amenazas, vulnerabilidades y oportunidades debe convertirse en un círculo virtuoso de desarrollo urbano sostenible.
Es necesario promover el desarrollo económico con inclusión social e impulsar estrategias de adaptación. La transición de un modelo extractivo hacia una matriz industrial basada en la bioeconomía, la innovación en tecnologías sostenibles y el desarrollo de alto valor agregado, es clave. En este contexto, los hubs de innovación, tradicionalmente concentrados en las grandes ciudades, deben reorientarse hacia modelos que integren soluciones sostenibles y respondan a las necesidades territoriales basadas en la proyección de escenarios climáticos.
Sin embargo, este enfoque choca con la lógica del extractivismo urbano, que prioriza la explotación intensiva del suelo y los recursos en favor de intereses sectoriales. La disputa por el territorio y los intereses en juego generan tensiones que dificultan una transformación estructural.
Una verdadera agenda de desarrollo debe ser regenerativa, generar valor a partir de la diversidad cultural y productiva, incluir los espacios periurbanos y fortalecer una matriz productiva que amplíe derechos. El ordenamiento del suelo es una herramienta clave en este proceso, permitiendo planificar la regeneración del entorno urbano y periurbano con criterios de equidad y sostenibilidad.
Integrar a la población vulnerable al mercado laboral mediante empleos verdes de calidad es esencial. La restauración de ecosistemas, la expansión de superficies permeables, la implementación de infraestructuras verdes y azules, la electromovilidad y la gestión sostenible de residuos son claves para la transformación del territorio.
En la capacidad de transicionar, regenerar y moldearse plásticamente hacia una ciudad que equilibre crecimiento económico, inclusión social y sostenibilidad ambiental, es donde se dirime el futuro urbano.
Bibliografía
Bevacqua, E. S. (2025). A year above 1.5 °C signals that Earth is most probably within the 20-year period that will reach the Paris Agreement limit. Nature.
Millán, M. M. (2005). Realimentaciones Climáticas y Desertificación.
Patt, A., L. Rajamani, P. Bhandari, A. Ivanova Boncheva, A. Caparrós, K. Djemouai, I. Kubota, J. Peel, A.P. Sari, D.F. Sprinz, J. Wettestad, 2022: Cooperación internacional. En IPCC, 2022: Cambio Climático 2022: Mitigación del Cambio Climático. Contribución del Grupo de Trabajo III.
Viale, E. (2013). El extractivismo urbano. ComAmbiental.
Xinxin Sui, Z.-L. Y. (2024). Global scale assessment of urban precipitation anomalies. Proceedings of the National Academy of Sciences.