En un mundo donde el tiempo parece escurrirse entre las manos, entender cómo lo utilizamos puede ser una puerta de entrada para diseñar ciudades que promuevan el bienestar de sus habitantes. Durante su reciente visita a Buenos Aires, Nick Srnicek, coautor de “Después del Trabajo. Una historia del hogar y la lucha por el tiempo libre” junto a Helen Hester, enfatizó “No podemos tener libertad, sin tiempo libre”. Srnicek cuestiona la concepción neoliberal de la libertad, que se basa en el deseo irrestricto a bienes y servicios disponibles en el mercado, ignorando que millones de personas dedican 50 o 60 horas semanales al trabajo para sobrevivir.
¿Podemos imaginar una forma diferente de utilizar nuestro tiempo? ¿Cómo diseñamos ciudades que, a través de políticas, infraestructuras y servicios, liberen tiempo y propicien el bienestar? ¿Qué dinámicas territoriales y socioeconómicas actuales condicionan la organización del tiempo en la vida urbana?
En un documento de trabajo sobre Uso del Tiempo elaborado desde el Instituto de Desafíos Urbanos (IDUF) analizamos la Encuesta de Uso del Tiempo 2023 de la Ciudad de Buenos Aires y resaltamos sus aspectos más significativos. Este estudio nos permite explorar cómo distribuimos nuestro tiempo entre trabajo remunerado, no remunerado y actividades personales, y cómo estas dinámicas se entrelazan con las desigualdades de género, la organización social del cuidado y la calidad de vida urbana.
La organización social del cuidado: una tarea desigualmente compartida
Los datos evidencian una persistente brecha de género en la distribución del trabajo no remunerado. Las mujeres seguimos siendo las principales responsables del trabajo doméstico y de cuidado, dedicando casi el doble de tiempo que los varones a estas tareas. Esta desigualdad impacta profundamente en la inserción laboral de las mujeres, limitando su acceso a trabajos bien remunerados y estables, y reduciendo sus posibilidades de disfrutar de tiempo libre. En promedio, las mujeres porteñas trabajamos aproximadamente 23 días más al año que los varones de la ciudad..
La disparidad en la carga de trabajo no remunerado es especialmente aguda en los hogares de menores ingresos. En los hogares del quintil más bajo, las mujeres dedican en promedio 7 horas y 50 minutos al día a tareas no remuneradas, mientras que los hombres apenas superan las 4 horas. Esta brecha no es solo una cuestión de tiempo, sino también de acceso a oportunidades de desarrollo personal y económico, perpetuando ciclos de pobreza y exclusión.
El cuidado es una necesidad fundamental de cualquier sociedad. “El futuro del trabajo no está en los programadores, sino en los cuidadores”, afirma Srnicek, subrayando la importancia de los sistemas de reproducción social y las dinámicas laborales actuales.
En nuestra ciudad, un tercio de la población vive en hogares con algún miembro que requiere cuidados, y esta proporción probablemente aumente. Actualmente, la provisión de cuidado recae casi en su totalidad en los hogares, con menor participación de las redes comunitarias, el mercado y el Estado. Mientras que en el norte de la Ciudad, el mercado juega un papel más destacado en la provisión de cuidados, en el sur y el centro, la comunidad y el hogar son los principales actores. Estas diferencias reflejan no solo desigualdades económicas, sino también las diferentes formas en que las comunidades, el mercado y el accionar del Estado se organizan para enfrentar las demandas de cuidado.
¿Cómo podemos reinventar políticas urbanas que integren redes de apoyo comunitario y mejoren los servicios públicos de cuidado con una perspectiva territorial? ¿Qué enfoques contribuirían a una mayor cohesión social mediante una redistribución más justa del tiempo?
Imaginar ciudades que cuidan y equilibran el tiempo
¿Por qué, a pesar del avance tecnológico, no disponemos de más tiempo libre? Las horas dedicadas al trabajo remunerado y no remunerado siguen en aumento. La promesa del “fin del trabajo” debido a la tecnología ha sido, una vez más, incumplida. Hester y Srnicek señalan que la historia del hogar y la tecnología demuestran cuán lejos estamos de liberar tiempo. Su propuesta gira en torno a tres principios: cuidado comunal, lujo público y soberanía temporal.
¿Pueden estos principios materializarse en nuestras ciudades? ¿Cómo imaginamos políticas, espacios, infraestructuras y servicios que liberen tiempo y promuevan el bienestar?
Durante su charla magistral “El futuro del trabajo: espacios urbanos, tecnologías y uso del tiempo” en la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA, Srnicek presentó casos de diferentes ciudades del mundo que contribuyen o han contribuido a formas de cuidado colectivo y a desmercantilizar necesidades, liberando así el tiempo de sus habitantes. Entre ellas, mencionó a la política de turismo social de nuestro país. Los Complejos de Chapadmalal y Embalse, que como infraestructura público-estatal pueden ser un emblema de lujo público de mediados de siglo XX, en tanto apuntan al disfrute del tiempo libre y cómo el Estado puede promover la posibilidad de que los trabajadores puedan acceder a las vacaciones, independientemente de sus condiciones socioeconómicas.
Entre el cuidado comunal y la soberanía del tiempo, aparecen las “Manzanas del Cuidado” como una política impulsada por la Ciudad de Bogotá capaz de abordar los desafíos de la organización social del cuidado, la desigualdad de género y el disfrute del tiempo libre de mujeres cuidadoras También es relevante el Sistema Nacional de Cuidados del Uruguay, que como país pionero en la región ha estructurado su política en torno a la institucionalidad existente en materia de infancias, seguridad social, discapacidad, personas mayores y ha incorporado políticas específicas destinadas a cuidadoras – remuneradas y no remuneradas – en materia de formación y capacitación, como también nuevos Centros de Educación y cuidados en acuerdo con sindicatos y empresas que implican corresponsabilidad entre sectores público, privado y la comunidad, otorgando una perspectiva universalidad al sistema.
Estas iniciativas son una pieza fundamental de política pública en un contexto de cambio demográfico que atraviesan las grandes ciudades de la región. También resultan aportes a los problemas de productividad, del mundo del trabajo y a la sostenibilidad de los sistemas de reproducción social. Estas iniciativas, junto a diseños urbanos más sostenibles, tendencialmente más públicos, pueden contribuir a nuevas sociabilidades, a mayor bienestar, y a un disfrute más colectivo del tiempo libre.
Un dato significativo de la última Encuesta de Uso del Tiempo de la Ciudad revela un aumento significativo del tiempo que dedicamos al uso de medios de comunicación, especialmente a través de dispositivos móviles, de modo individual. Al mismo tiempo, una disminución del tiempo que dedicamos a actividades voluntarias y comunitarias; lo que refleja un cambio en la manera en que nos relacionamos con el entorno. Si bien los medios de comunicación y las redes sociales ofrecen formas nuevas y valiosas de conectarnos, no podemos ignorar los efectos que esta transición tiene en la cohesión social, en la construcción de sentido de comunidad en el entorno urbano y en los usos del espacio público.
Al respecto, un gran potencial pueden tener los espacios públicos de nuestra Ciudad para otorgar vitalidad a la convivencia urbana, conformar escenarios donde se desarrollen diferentes actividades sociales, culturales, recreativas, deportivas y ofrecer espacios de participación y creación. Buenos Aires ha tenido y tiene una gran cantidad de iniciativas de participación ciudadana que han generado políticas urbanas destinadas a ampliar la existencia de los mismos. Los espacios verdes son muy valorados por los habitantes de la Ciudad, aunque la desigualdad en el acceso, el uso, la distribución y la calidad de los mismos es un asunto pendiente como en buena parte de las ciudades de Latinoamérica.
Es un imperativo crear entornos urbanos que inviten a la convivencia. Es necesario apoyar las iniciativas comunitarias que promuevan la participación ciudadana y construir ciudades en las que el bienestar sea una realidad cada vez más tangible. Imaginar nuevos posibles en nuestras ciudades, que hagan de la vida urbana una experiencia de mayor calidad, bienestar y libertad, a partir del conocimiento profundo sobre nuestras dinámicas de uso del tiempo, las formas de organización social del cuidado, las necesidades y aspiraciones de la población, y la recuperación de antecedentes de políticas públicas o de iniciativas comunitarias existentes en la región, es la tarea que debemos asumir.
Inés Albergucci
Integrante del Instituto de Desafíos Urbanos (IDUF)
Lic. en Trabajo Social (FSoc-UBA)