Observatorio de la Vida Urbana

Crecer en la ciudad, el desafío de la autonomía de las infancias

6 agosto, 2024

Florencia Abraldes

El desafío de la autonomía de las infancias.

Si pensamos en los modos en que cualquiera de los que estamos frente a este texto nos movilizamos en nuestra infancia para ir a la escuela, al club o simplemente resolver una compra en el almacén del barrio, en relación a cómo esto mismo ocurre para los niños en la actualidad coincidiremos, con cierta añoranza, en que hubo cambios.

Hablar de autonomía refiere a la capacidad de los sujetos para tomar decisiones en un determinado contexto o entorno. En las ciudades esta capacidad se ve limitada por diferentes factores que suelen relacionarse con la condición de los sujetos (edad, género, capacidades físicas o económicas) pero, en definitiva, es el contexto el que puede convertir esas condiciones en limitaciones. Incorporar una mirada inclusiva sobre las capacidades y discapacidades de las personas en el diseño de la infraestructura urbana es una estrategia indispensable para que las condiciones de los sujetos no se conviertan en limitaciones para su autonomía en la ciudad. En el caso de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA), la Ley N° 962 de 2002 abordó esta problemática, incluyendo la variable etaria como un contexto que puede ser considerado una circunstancia discapacitante. Al respecto, esta normativa considera que los ancianos/as y los niños/as menores de 9 años pueden presentar limitaciones físicas o cognitivas asociadas a su edad que afectan la manera en la que estas personas transitan la ciudad y por lo tanto debe ser tenido en cuenta en el diseño urbano. 

La movilidad independiente de niños, niñas y adolescentes es entendida como la libertad de movimiento sin la supervisión de un adulto y contribuye a su crecimiento y desarrollo, influyendo en la manera de desenvolverse en el ámbito educativo, personal y comunitario (Hillman et al., 1990). La autonomía en los desplazamientos para esta franja etaria genera beneficios en los ámbitos del desarrollo psicológico y social, el juego, la actividad física y la salud (Shaw et al., 2013), y constituye una herramienta fundamental para aumentar la autoestima, desarrollar la responsabilidad, las habilidades sociales, resolver problemas, orientarse espacialmente y fomentar el desarrollo de la capacidad de aprender afrontando nuevos desafíos. 

En el caso de la CABA, si observamos el Índice Ciudad de las Infancias publicado por el Gobierno local en octubre de 2023, vemos que el distrito cuenta, en términos generales, con valores aceptables de distribución geográfica de la oferta educativa, recreativa y cultural para los niños, niñas y adolescentes. El estudio en cuestión consistió en el análisis de tiempo de viaje y distancia hacia los principales lugares de asistencia de los niños y niñas: escuelas, parques, centros deportivos, culturales y otros equipamientos, tomando como unidad de análisis cada una de las manzanas que integran las 15 comunas de la ciudad. 

El análisis de sus resultados nos permite afirmar que, si bien existen zonas con mejor acceso a determinados servicios o infraestructuras, sería erróneo pensar que existe a priori un problema de distancias u oferta de transporte que condicione negativamente la circulación y/o desplazamientos de los niños y niñas a las instituciones educativas o de recreación. A modo de ejemplo, en torno a la cuestión escolar, el subíndice “Vamos al cole” muestra que sólo el 7% de las manzanas de la ciudad cuentan con valores bajos, muy bajos o críticos, es decir, que los establecimientos educativos se encuentran a más de 15 minutos. Y considerando el subíndice “Nos movemos seguros” en el que se describe la situación de la movilidad de las infancias en la Ciudad de Buenos Aires a partir de la evaluación de la accesibilidad a medios de transporte, la proximidad a senderos seguros y su percepción acerca de estos, concluimos en que la Ciudad registra un 56 % en niveles óptimos y muy buenos y 32 % bueno. Sin embargo, cuando se incluye la percepción de los niños y niñas se destaca la hostilidad en la cantidad y velocidad del tránsito y las calles concurridas en exceso, en donde las dimensiones y los espacios no se acomodan a su andar. 

Tal como es expresado en la presentación del propio Índice de las Infancias del GCBA, no podemos perder de vista que las distancias no nos dicen nada en torno a las decisiones y contextos en los que los niños y sus familias habitan la Ciudad. ¿Los chicos y chicas asisten generalmente a la escuela más cercana? ¿Si el establecimiento queda a una distancia corta, debemos siempre pensar que los chicos que asisten a la primaria van caminando o solos? Además de los traslados a la escuela, ¿los chicos son asistidos por adultos en otras actividades que forman parte de su rutina? ¿De qué manera la mirada que los padres y madres tienen sobre la Ciudad o la sociedad incide en la forma en la qué las chicas y los chicos inician el camino hacia su autonomía en el espacio público? ¿Qué rutinas y hábitos favorecen el desarrollo autónomo de las infancias en la ciudad?

Si bien el Índice es un aporte para diagnosticar la configuración de los espacios y opciones de tiempo de viaje en términos generales, debemos remontarnos al artículo “Infancias y Autonomías: condicionantes de la movilidad independiente en el área Metropolitana de Buenos Aires” (De Grande et al, 2021) en el que se analiza la Encuesta de Movilidad Domiciliaria del área Metropolitana AMBA (2010), para conocer cuestiones que involucran las prácticas familiares y decisiones en torno a las formas en las que los niños y niñas realizan sus desplazamientos. Los resultados de dicha encuesta indican que un 38,8 % de los niños de entre 6 y 12 años asistieron a la escuela con adultos del hogar, un 8,5 % lo hicieron sin adultos del hogar pero con servicio contratado (remis, taxi, transporte escolar) y el resto de las respuestas indicaron que los chicos asistieron acompañados por sus hermanos mayores u otros compañeros.

Si entendemos también que parte de la autonomía en las infancias se vincula a la posibilidad de hacer uso del espacio público, tanto en su movilidad como en su permanencia, es importante observar cuál es la percepción de la ciudadanía respecto de los espacios públicos de la ciudad. En este sentido, un informe reciente elaborado por el Instituto de Políticas Públicas para Buenos Aires (2024) sobre el disfrute del espacio público, entendido como el acceso y el derecho a disfrutar del mismo, consultó respecto de las razones por las cuales las personas que viven en CABA no hacen uso de las plazas y parques. La respuesta principal del conjunto de los encuestados fue por la percepción de inseguridad en estos espacios públicos (33%). Cuando se observan las respuestas por franja etaria, vemos que la cuestión de la seguridad explica en un 37,8% la falta de uso de espacios públicos en chicos y chicas de entre 16 y 24 años. Si bien este grupo etario representa a adolescentes y jóvenes, pero no a los niños, resulta revelador comprender la mirada que buena parte de ellos tienen respecto de las plazas y parques y cual es el motivo principal por el cual manifiestan no hacer uso de ellos.

Tradicionalmente las plazas y parques fueron el escenario principal de interacción y juego para las infancias, así como también espacios de socialización para las personas que cuidan a niños y niñas y viven en un mismo barrio. La percepción de inseguridad en plazas y parques impacta negativamente en su uso y, aun si no hay evidencia de que sea un factor determinante o excluyente, incide también en la forma de configurar los hábitos de los niños y niñas por fuera del horario escolar. Distintos especialistas en salud mental e infancia han indicado que la actual tendencia a reemplazar las actividades recreativas en espacios públicos por el juego virtual en el hogar o por las actividades extraescolares dirigidas (culturales, deportivas o incluso de formación extracurricular), pueden resultar limitantes para el juego libre y la interacción espontánea en la infancia. El encuentro en espacios públicos y la participación de instancias comunitarias, son rutinas que están siendo parcialmente reemplazadas por un aumento en el uso de dispositivos electrónicos en los hogares y la interacción en redes sociales. La transformación de la vida social hacia entornos digitales contribuye a la reconfiguración del capital social y del sentido de comunidad. La disminución del peso de los ámbitos de participación barrial y/o presencial en las infancias nos hace pensar en nuevas lógicas y formas de desarrollo del capital social donde la virtualidad comienza a impactar en los sentidos y espacios de la socialización infantil.

Teniendo en cuenta estas premisas y considerando la importancia de problematizar de qué manera los niños y niñas transitan su camino hacia la autonomía en el uso de los espacios públicos y equipamientos de la ciudad resulta pertinente indagar sobre los hábitos, percepciones y preocupaciones que tienen las familias porteñas en relación con esta problemática. Tener mayor claridad y evidencia en relación a la autonomía de los niños y niñas en sus actividades cotidianas, poniendo el foco en sus desplazamientos por la Ciudad, identificando las barreras que los limitan o postergan su desarrollo independiente permitiría identificar las oportunidades para potenciarlo. Impulsar el diseño de programas y políticas que nos lleven a un cambio estructural que garantice a los niños y niñas disfrutar de una infancia plena, saludable, autónoma y segura es un desafío al que nos enfrentamos como ciudad.

Florencia Abraldes.