Diálogos Urbanos: Ciudades del Futuro

El Estado se quedó sin señal: aportes para una nueva política cultural en la era de las pantallas

9 junio, 2025

Juan Aranovich

El sector ya no está sólo compuesto por artistas e instituciones, hay que sumarle las empresas de telecomunicación y los celulares.

I. El Big Bang en la palma de la mano

Hubo un tiempo, no tan lejano, en que el bolsillo era un territorio de objetos unifuncionales: llaves que abrían puertas, monedas para el colectivo, algún papelito con un número anotado a las apuradas. Hoy, ese mismo bolsillo es el epicentro de una revolución cultural silenciosa pero implacable. El protagonista es el smartphone, ese rectángulo luminoso que mutó de simple teléfono a complejo portal hacia universos simbólicos infinitos. Ya no es un gadget; es una extensión de nuestra percepción, un apéndice cognitivo que redefine cómo experimentamos el mundo, cómo nos relacionamos, cómo consumimos y, cada vez más, cómo somos. Ahora, con la irrupción de la inteligencia artificial, este dispositivo no solo nos conecta con contenidos creados por humanos, sino que genera, recomienda y hasta produce cultura de manera autónoma

La cultura, antes anclada a catedrales físicas –el cine, el teatro, la biblioteca– o a soportes tangibles –el libro, el disco–, encontró en el celular un nuevo templo, íntimo y portátil. Música, series, literatura, videojuegos, y esa vorágine inclasificable que son las redes sociales, todo converge ahí, en la palma de la mano. Esto democratizó el acceso como nunca antes: la cultura global a un clic de distancia. Pero, como toda revolución, trae consigo nuevas dinámicas de poder, dependencias y desafíos para nuestra identidad. La libertad algorítmica que nos promete un menú cultural a medida convive con la cruda realidad de una oferta concentrada en manos de gigantes tecnológicos que operan desde geografías lejanas con lógicas propias. La hiperconexión global, paradójicamente, puede desconectarnos de lo local, de la charla en el bar, de la experiencia compartida sin pantallas de por medio.

Este texto es una invitación a meter la nariz en esa transformación, con la lupa puesta en Argentina. ¿Cómo se convirtió el bolsillo en el nuevo campo de batalla (y de oportunidades) para la cultura? ¿Qué significa esto para los creadores, para los que consumimos, para las industrias que intentan no ahogarse en la ola digital y para un Estado que, como un referí desconcertado, intenta entender las nuevas reglas del juego? Hay tensiones que crujen: ¿personalización extrema o una nueva forma de rebaño algorítmico? ¿Más voz para todos o una vigilancia más sofisticada? La innovación es innegable, pero ¿cuánto de ella es nuestra y cuánto es prestada, con intereses altos?

II. Del dial-up al scroll infinito: genealogía del consumo cultural

Para entender el cimbronazo actual, hagamos un breve viaje en el Delorean. Fines del siglo XX, principios del XXI: el celular era un ladrillo caro, para pocos, y servía para… hablar. La cultura pasaba por otro lado. Ir al cine o al teatro era un evento. La tele era la reina del living, con el cable expandiendo la grilla en los 90. La música sonaba en la radio o en CDs y cassettes que había que ir a comprar. Los MP3 players, como el iPod, empezaron a picar en punta recién por 2005, jubilando al Walkman. Los videojuegos eran el Family Game (clon noble de la Famicom) o el Atari, con cartuchos y sin conexión.

Las computadoras personales entraban de a poco en las casas. Internet, con ese ruidito inolvidable del dial-up, apareció en 1995, pero todavía era para unos pocos privilegiados o para peregrinar al cybercafé. El primer gran cambio llegó con la descarga de MP3: Napster, Ares, Kazaa. De repente, la discografía mundial estaba al alcance de un clic (y de una paciencia considerable mientras bajaba la canción).

Hoy, el smartphone es el centro de nuestro universo cultural. El 97% de los hogares argentinos tienen celular, y el 92% de ellos con internet. Es la puerta de entrada para casi todo: buscar data, escuchar música (el 76% lo hace desde el celular, y el 80% vía internet, con YouTube y Spotify a la cabeza), ver series, jugar e informarse (el 48% lee noticias en redes, más del doble que en 2017). El negocio de las telefónicas ya no es la voz, son los datos. Y esos datos los devoramos consumiendo cultura.

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Se dice que las redes sociales son el ágora contemporánea. Más del 70% de los argentinos las usa al menos 3 horas diarias. WhatsApp, Instagram, Facebook y TikTok marcan el pulso. Son para conectar, sí, pero también para informarse, entretenerse, comprar. Son el lugar donde nacen y mueren tendencias. Pero la desinformación y el uso de nuestros datos preocupan, y mucho. Estas plataformas son los nuevos intermediarios culturales, con un poder de influencia brutal, especialmente en los jóvenes.

III. La cultura como combustible: el motor económico está en el bolsillo

Esta revolución de hábitos desató un terremoto económico sin precedentes. La industria móvil –fabricantes de celulares y empresas de telecomunicaciones– encontró en la cultura digital su gallina de los huevos de oro. Es una simbiosis perfecta: la cultura nos hace querer más datos y mejores aparatos, y esos aparatos nos facilitan el acceso a más cultura.

Ya en 2013, el informe de UNESCO («Cultural Times») tasaba a las Industrias Culturales y Creativas (ICC) globales en 2.250 billones de dólares, superando a las telecomunicaciones con 1.57 billones. Hoy, la UNCTAD (Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo) calcula que las ICC mueven casi 2.3 billones de dólares anuales, 3.1% del PBI global. La digitalización es la locomotora: el streaming es el 67% de los ingresos de la música. Los derechos de autor digitales ya superan a los de la radiodifusión tradicional. El video (streaming, redes) se lleva casi el 70% del tráfico de internet (74% en celulares). Los juegos móviles facturaron 183.9 billones de dólares en 2024. Las plataformas OTT como Netflix nos hacen demandar más ancho de banda. Pagamos por datos, y esos datos los usamos para consumir cultura.

La torta cultural sigue siendo enorme, pero ahora se cocina y se sirve, mayormente, en pantallas. Y las telefónicas lo saben.

Pero este festín tiene anfitriones con un poder descomunal: las Big Tech. Apple, Microsoft, Alphabet (Google), Amazon, Meta. Sus ingresos anuales superan el PBI de países enteros como Argentina. No es solo plata: es control sobre la infraestructura digital, Amazon Web Services es el dueño de «la nube» donde se aloja más del 30% de internet y los datos de miles de millones de personas. Una concentración que redefine la geopolítica y pone en jaque la soberanía de los Estados. Y con el desarrollo acelerado de la inteligencia artificial, esta concentración solo se profundiza.

IV. Ampliar la mirada: ¿quiénes son los actores culturales hoy?

La era digital dinamitó las fronteras. Pensar el «sector cultural» solo como los artistas y las instituciones tradicionales es quedarse corto, es no entender la película completa. Si queremos políticas culturales que sirvan para algo, hay que sumar a la ecuación a las empresas de telecomunicaciones y a los fabricantes de celulares. Son parte del ecosistema, nos guste o no.

La convergencia tecnológica –esa mezcla de medios, informática y telecomunicaciones– es el nuevo terreno de juego. La infraestructura de telecomunicaciones (redes, fibra óptica, satélites) y los celulares son hoy los canales principales por donde circula, se consume y, cada vez más, se produce cultura. El SinCA (Sistema de Información Cultural Argentina), que mide la cultura argentina, ya incluye la «innovación» (uso de celulares para cultura) y la «conectividad» como dimensiones clave.

De contenidos a ecosistemas: la evolución de la soberanía cultural

Hubo un tiempo en que los contenidos fueron la estrategia central en la construcción de una identidad cultural soberana y diversa. Encuentro y Paka Paka son el mejor ejemplo de quienes supieron leer su tiempo con audacia, inteligencia y capacidad de gestión. Estas señales demostraron que era posible crear contenidos de calidad con perspectiva local, que compitieran con las producciones globales y que, a la vez, construyeran ciudadanía desde la pantalla. Sin embargo, hoy la discusión es multicapa y precisa proponer políticas que incorporen a la discusión los cables físicos, las plataformas y los dispositivos. La soberanía cultural ya no se juega solo en el qué decimos, sino también en cómo, dónde y con qué herramientas lo decimos.

Históricamente, las políticas culturales ningunearon a los medios masivos, enfocándose en la «alta cultura». Hoy, eso es insostenible. Los fabricantes de dispositivos (Apple, Samsung, Xiaomi) son actores culturales de peso: con sus sistemas operativos, tiendas de apps y marketing, deciden qué vemos, cómo lo vemos y cuánto pagamos. Sus decisiones de diseño son políticas culturales indirectas. Las telecomunicaciones son un servicio esencial; la brecha digital es una brecha cultural. Conectar un barrio popular a internet es una acción cultural con potencia.

La cultura y los fierros tecnológicos son inseparables. Las decisiones sobre neutralidad de la red, precios de datos o ecosistemas cerrados que toman los fabricantes tienen consecuencias directas en la diversidad, la equidad y la soberanía cultural. Necesitamos políticas coordinadas: cultura, comunicación y desarrollo tecnológico tienen que dialogar. Y una política cultural integral tiene que pensar en soberanía tecnológica y de contenidos: apoyar plataformas propias, pensar regulaciones dinámicas y, fundamentalmente, fomentar una alfabetización digital crítica.

V. El Estado argentino en la encrucijada digital: entre el desfinanciamiento y la urgencia de converger

El Estado argentino, con un andamiaje institucional anclado en el siglo pasado, parece desorientado ante la velocidad de estas transformaciones. Resulta inevitable parafrasear a un ícono cultural como Diego Maradona: ‘se le escapó la tortuga’. En efecto, los tres poderes del Estado parecen competir en lentitud para adaptarse a desafíos que, lejos de ser novedosos, son ya parte de nuestra vida cotidiana.

Un estado inteligente para la era digital

En momentos en los que se plantea que el mejor estado es el que no interviene, este problema nos obliga a redoblar esa discusión. No alcanza con un estado eficiente, es necesario un estado fuerte e inteligente para abordar este desafío. Fuerte no en el sentido autoritario, sino con capacidad institucional y visión para defender el interés público. Inteligente para entender las lógicas del juego digital y diseñar políticas que no corran siempre detrás de la tecnología. La soberanía cultural hoy es, inseparablemente, soberanía digital.

La cultura no es un gasto que se justifica por su valor simbólico, sino una inversión estratégica que genera empleo, divisas, cohesión social y posicionamiento geopolítico: cada peso invertido en desarrollo cultural multiplica su retorno en la economía creativa y en el fortalecimiento del tejido social

Y aquí la convergencia entre cultura y comunicación se vuelve ineludible. La cultura en el bolsillo es una cultura mediada. Las políticas de comunicación son, de hecho, políticas culturales. El ENACOM, aunque con un perfil técnico, ya tiene un impacto cultural directo. Su Fondo de Fomento (FOMECA) apoya medios comunitarios y producciones audiovisuales diversas. Sus decisiones sobre el espectro radioeléctrico o la regulación (aún tímida) de plataformas tienen consecuencias culturales directas.

ARSAT, como empresa estatal de infraestructura satelital y conectividad, sería un actor clave en esta arquitectura convergente: su capacidad de garantizar soberanía digital y acceso territorial lo convierte en un brazo estratégico para democratizar la cultura en el territorio nacional. 

La separación conceptual y administrativa entre «Cultura» y «Comunicaciones» es una debilidad estratégica. Integrarlos no es fácil. Pero es urgente pensar en mecanismos de coordinación efectiva: una unificación de ambas carteras o un Consejo Nacional de Cultura Digital y Convergencia. Es necesario construir una nueva arquitectura institucional a la altura de los desafíos.

La cultura frente a la restricción externa

La transformación digital de la industria cultural nos convirtió, paradójicamente, en consumidores netos de servicios en lugar de vendedores de bienes. Según el Sistema de Información Cultural de la Argentina (SInCA), se destaca el crecimiento de las importaciones de servicios digitales y una caída sostenida en el período de las exportaciones de bienes culturales, evidenciando un cambio estructural preocupante. Mientras que históricamente Argentina exportaba libros, música en formato físico y producciones audiovisuales, hoy importamos plataformas, algoritmos y contenidos digitales que drenan divisas sin generar valor agregado local. Netflix, Spotify, Disney+ y las apps de videojuegos se llevan millones de dólares anuales que antes circulaban en nuestra economía cultural doméstica.

Transformar esta realidad precisa entender el lugar de nuestro país en el mundo y desarrollar políticas que fomenten estratégicamente los contenidos nacionales. Un ejemplo virtuoso es Corea del Sur, que desde los años 90 construyó una política cultural de Estado que transformó el K-pop, los K-dramas y el cine coreano en una industria de exportación multimillonaria. Para dimensionar este impacto: solo en 2020, el valor agregado real generado por sus industrias basadas en derechos de autor alcanzó aproximadamente los 160 billones de dólares, y el sector dio empleo a 2.4 millones de personas. La Ola Coreana (Hallyu) ha sido reconocida como una forma de poder blando y como un activo económico importante para Corea del Sur, generando ingresos tanto a través de exportaciones como de turismo cultural. Su Plan Cultural 2025 apuesta a consolidar esta hegemonía cultural mediante inversión estatal coordinada, capacitación de talentos, desarrollo tecnológico propio y una diplomacia cultural agresiva. Corea demostró que la cultura puede ser un motor de desarrollo económico y geopolítico: de importador cultural pasó a ser un actor global que exporta identidad, valores y, fundamentalmente, divisas.

Institutos de fomento: ¿herramientas oxidadas?

Nuestros faros de fomento cultural –INCAA, INT, INAMU, FNA– nacieron en un mundo analógico. El INCAA, motor del cine nacional; el INT, sostén del teatro independiente; el INAMU, impulsor de nuestra música; el FNA, mecenas de amplio espectro. Todos con historias de luchas y logros, pero que hoy enfrentan una crisis que va más allá de la billetera. Las propuestas de desfinanciamiento o cierre que se pusieron en movimiento desde 2017  bajo el paraguas del «no hay plata» encendieron alarmas pero también desnudaron una obsolescencia estructural. ¿Cómo financiamos instituciones cuyo origen se basa en legislación diseñada para otro momento histórico? ¿Cómo transformamos las movilizaciones para defenderlas en propuestas para transformarlas, en lugar de en barricadas para conservarlas inmutables? ¿Sus herramientas de fomento dialogan con las nuevas formas de creación, distribución y consumo? La discusión sobre su «eficiencia» es válida, pero no puede ser la excusa para un vaciamiento que tendría un costo cultural altísimo y un impacto fiscal marginal (el presupuesto cultural en 2023 fue apenas el 0,055% del gasto público nacional). La tensión es la de siempre: ¿cultura como gasto o como inversión estratégica?

VI. El termómetro del consumo cultural: digitalización y vuelta a lo comunitario

La Encuesta Nacional de Consumos Culturales (ENCC) nos da algunas pistas. Hay un claro viraje a lo digital, pero lo físico no murió. La tele tradicional se sostiene como referencia (el 91% aún la ve, muchos ya por el celular), mientras el streaming sigue creciendo (65% de la población lo consume). La música se escucha casi toda por celular (76%) y online (80%), con YouTube y Spotify como dueños del dial digital. La radio aguanta, pero con una fuerte brecha generacional. Leemos menos libros en papel y más en pantallas. Las noticias nos llegan por redes sociales. Los videojuegos son un boom juvenil, móvil y mayormente masculino.

Sin embargo, la virtualización no mató al ritual. La gente sigue yendo con ganas a teatros, cines y museos. Hoy convivimos en esa tensión entre la pantalla solitaria y el encuentro colectivo. Eso sí, la brecha digital sigue ahí, como una herida abierta: no todos acceden igual a la conexión, a los dispositivos, a las habilidades para navegar este nuevo mundo.

Los espacios culturales comunitarios (bibliotecas populares, centros barriales) muestran una vitalidad sorprendente: el 36% de la gente participó en alguno en 2022, ¡10 puntos más que en 2017! Siguen siendo refugios de identidad local, de diversidad, de cohesión social. Un contrapeso necesario a la lógica global e individualista del algoritmo.

Y los jóvenes, nativos digitales por excelencia, son la vanguardia y, a la vez, quienes enfrentan mayores amenazas. Hiperconectados, creativos, pero también vulnerables a la ansiedad, la depresión, el ciberacoso, la comparación constante que imponen las redes. Seis de cada diez adolescentes argentinos muestran síntomas. La cultura comunitaria y los espacios públicos se vislumbran como los pilares para abordar estos desafíos. 

VII. Desafíos en el horizonte: hacia una política cultural para el siglo XXI

El panorama es complejo, mutante. La industria en el bolsillo es un hecho. El Estado argentino tiene la oportunidad de ser algo más que un espectador o un bombero de crisis. Para esto, necesita una hoja de ruta.

Algunas ideas para abrir el debate: Primero, reformar los institutos de fomento, con participación de todos, para que sus herramientas y su financiamiento se adapten al mundo digital y se gestionen con transparencia y federalismo. Segundo, articular de una vez por todas las políticas de cultura, comunicación y tecnologíacrear un plan estratégico para la cultura nacional, unificar las carteras o crear un Consejo Nacional de Cultura Digital. Tercero, la construcción de un plan de desarrollo cultural con participación popular, que garantice la continuidad de políticas de estado, que tenga una mirada federal y que trascienda los gobiernos de turno.

En cuanto a la producción, pensar nuevas líneas de fomento para lo digital nativo (videojuegos, arte digital, etc). Estrategias para que nuestros contenidos se vean en las plataformas globalesInversión en plataformas públicas y repositorios digitales propios. Y un debate adulto para construir un marco regulatorio para las empresas de tecnología que contemple desde la transparencia algorítmica, las cuotas de pantalla y de archivo, hasta una posible contribución fiscal para la cultura local.

A esto se suma el desafío inminente e ineludible de la inteligencia artificial generativa: ¿cómo proteger el trabajo humano cuando las máquinas pueden producir contenido cultural indistinguible del original? ¿Cómo garantizar que la IA sea una herramienta de democratización cultural y no una amenaza para la diversidad creativa?»

Para la inclusión, un Plan Nacional de Alfabetización Digital y Mediática Crítica, que nos ayude a navegar este mar con herramientas y salvavidas. Garantizar el acceso a la conectividad como un derecho universal. Fortalecer los espacios culturales comunitarios, pulmones de identidad y cohesión. Apostar a los Museos como espacios de encuentro e intercambio y no solo como espacios de recorrido y salvaguarda patrimonial. Y promover activamente la diversidad tanto en el entorno digital como el presencial.

Finalmente, investigar, medir y evaluar. Actualizar el SInCA para que refleje esta nueva realidad. Fomentar la investigación académica para llegar a tiempo a los desafíos futuros y entender a fondo los presentes.

La cultura en el bolsillo es el nuevo territorio en disputa. Argentina puede definir sus propias reglas y asegurar que la cultura siga siendo eso que nos hace humanos, que nos identifica y nos recuerda que somos parte de una comunidad. Algunos pensarán que no es momento para dar estas discusiones, yo creo estoy convencido de que es urgente. La tarea es titánica, pero ineludible.

Por: Juan Manuel Aranovich. Responsable de cultura en el IDUF.

Diálogos Urbanos: Ciudades del Futuro

Cultura y desarrollo urbano sostenible

9 agosto, 2024

Juan Aranovich

Las expresiones culturales locales, como las tradiciones, las artes, los festivales y la gastronomía, constituyen un recurso endógeno invaluable para las ciudades. Desde el IDUF entendemos que integrar la cultura a una visión más amplia de desarrollo urbano es fundamental para alcanzar un futuro sostenible e inclusivo.

Cultura y desarrollo urbano sostenible

Introducción

La cultura y la creatividad son componentes fundamentales del desarrollo urbano sostenible. La cultura es un elemento integral de la vida en las ciudades, capaz de moldear las identidades, las relaciones sociales y los paisajes urbanos. Las expresiones culturales locales fortalecen la identidad y el sentido de pertenencia de los habitantes, generando un mayor arraigo y compromiso con sus ciudades.

Desde el Instituto para los Desafíos Urbanos del Futuro (IDUF) entendemos que integrar la cultura a una visión más amplia de desarrollo urbano es fundamental para alcanzar un futuro sostenible e inclusivo. 

Las expresiones culturales locales, como las tradiciones, las artes, los festivales y la gastronomía, constituyen un recurso endógeno invaluable para el desarrollo urbano. Estas manifestaciones culturales no solo fortalecen la identidad y el sentido de pertenencia de los habitantes, sino que también pueden ser aprovechadas para impulsar el desarrollo económico, mejorar la calidad democrática y revitalizar los espacios públicos.

Creemos que es necesario comprender mejor los diversos ecosistemas culturales que existen en nuestro tejido urbano para identificar cuales son los desafíos que se presentan hoy de cara a construir políticas públicas que garanticen el acceso, promuevan la diversidad, aporten al desarrollo de la industria y la generación de empleo. 

Para ello abordaremos algunas de las intersecciones fundamentales donde creemos que el desarrollo cultural puede impactar directamente en la construcción de bienestar, mejorar la convivencia y capitalizar nuevas oportunidades para enfrentar los desafíos urbanos del futuro.

Industrias culturales e Innovación Urbana

Las industrias culturales no solo enriquecen la vida de las personas, sino que también desempeñan un papel fundamental en el crecimiento económico de las ciudades y los países. Al generar empleo, atraer turistas, fomentar la inversión y estimular la innovación, estas industrias contribuyen significativamente al desarrollo económico.

La creación y producción de bienes y servicios culturales requieren de una fuerza laboral calificada, generando numerosos empleos directos en sectores como el diseño, la producción artística, la gestión cultural y la distribución. Además, estas industrias generan empleo indirecto en sectores como el turismo, la hostelería, la construcción y los servicios.

Las ciudades con una rica oferta cultural atraen a un mayor número de turistas, quienes gastan dinero en alojamiento, alimentación, transporte y la adquisición de productos culturales. El turismo cultural se ha convertido en una importante fuente de ingresos para muchas ciudades, contribuyendo a diversificar sus economías.

Las industrias culturales también pueden atraer inversión extranjera directa, ya que muchas empresas multinacionales reconocen el valor de la cultura como un factor de diferenciación y buscan invertir en ciudades con una escena cultural vibrante. Además, el desarrollo de las industrias culturales puede estimular la innovación en otros sectores, al fomentar la creatividad y la generación de nuevas ideas.

Buenos Aires es un ejemplo paradigmático de cómo las industrias culturales pueden impulsar el desarrollo económico y urbano. La ciudad cuenta con una rica historia cultural, una vibrante escena artística y una gran cantidad de eventos culturales a lo largo del año. 

El impacto de las industrias culturales en la economía porteña es central, incluso sin medir el impacto de las actividades asociadas como el turísmo y la gastronomía. 

Según el Informe “Empleo cultural 2022” de Data Cultura del Ministerio de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires: En 2022 el sector cultural generaba 187.496 puestos de trabajo, lo que representa el 7,2% del total del empleo privado en CABA.

El subsector con mayor participación es el “audiovisual” representando el 25,1% de los trabajadores culturales, seguido por “diseño” 19,8%, “publicidad” 14.9% y “libros y publicaciones”10%.

El sector cultural se destaca como uno de los sectores con mayor proporción de empleo joven (23,5% son menores de 30 años, 5,7 pp más que el promedio de CABA). 

No es descabellado suponer que para una ciudad como Buenos Aires, las industrias culturales son uno de los principales motores de su economía. Sin embargo aún no tenemos indicadores de calidad que midan cual es el impacto del sector a nivel local. 

Sabemos también que esta industria emplea jóvenes, fomenta la innovación y el desarrollo sostenible, pero tampoco tenemos herramientas claras para poder entender cual es el impacto real y el potencial de desarrollo y transformación, en términos sociales y ambientales de la misma.

Profundizar sobre el análisis de este ecosistemas y generar herramientas para medir el triple impacto que genera el sector cultural será una de las búsquedas del IDUF. 

La revitalización de los espacios públicos:

La revitalización de los espacios públicos y la creación de ambientes más atractivos y vivibles se ven favorecidas por la cultura, entendida como un tejido social dinámico y en constante evolución. En este sentido, la cultura se manifiesta en los espacios públicos, transformándolos en escenarios de encuentro, intercambio y creación. Las calles, las plazas, los cafés, son prolongaciones del hogar, lugares donde se vive la vida en común. Estos espacios se constituyen como un eje central para combatir la creciente individualización de la vida urbana en las ciudades contemporáneas. 

Helen Nester y Nick Srnicek, en su obra “Después del Trabajo”, nos invitan a repensar radicalmente el concepto de lujo. Tradicionalmente asociado al consumismo desenfrenado y a la exclusividad, el lujo, según estos autores, puede ser reimaginado como un bien accesible a todos, enfocado en mejorar la calidad de vida y el bienestar colectivo.

El lujo público se aleja de la ostentación y la acumulación de bienes materiales para centrarse en la creación de experiencias compartidas y enriquecedoras. No se trata de poseer objetos caros, sino de disfrutar de servicios y espacios de alta calidad que estén al alcance de todos. Este nuevo paradigma del lujo busca democratizar el acceso a bienes esenciales como la educación, la cultura,  la salud, la vivienda y los espacios verdes, transformándolos en bienes públicos de primera calidad.

Al invertir en infraestructuras culturales, como museos, bibliotecas y teatros de primer nivel, y al ofrecer programas culturales gratuitos o a bajo costo, las ciudades no solo enriquecen la vida de sus habitantes, sino que también sino que también convierte a las ciudades en destinos culturales atractivos,  generan un sentido de comunidad y aportan al bienestar urbano. 

Desde el Instituto para los Desafíos Urbanos del Futuro, entendemos que incorporar la dimensión cultural al desarrollo de los espacios públicos es fundamental para aportar a la convivencia y al bienestar en las ciudades. Por eso entendemos necesario profundizar en esta agenda pensándolo en la agenda de las oportunidades para el desarrollo sostenible de las ciudades. 

Participación cultural y calidad democrática.

En la actualidad, la calidad de las democracias a nivel global presenta un panorama complejo y cambiante. Si bien la democracia sigue siendo un ideal ampliamente compartido, diversos factores internos y externos han puesto a prueba su solidez en muchas regiones del mundo

La democracia y la cultura son dos pilares fundamentales para el desarrollo de una sociedad solidaria, próspera y justa. En Argentina, al igual que en el resto de América Latina, la relación entre estos dos elementos ha sido objeto de estudio e interés en las últimas décadas.

Néstor García Canclini, sociólogo argentino-mexicano, describe la participación cultural como “el proceso mediante el cual los individuos y grupos sociales se apropian de bienes culturales, los transforman y los integran en sus prácticas cotidianas, contribuyendo así a la construcción dinámica y plural de la cultura” (García Canclini, 1990). En esta definición, Canclini resalta la acción activa de las personas en la producción cultural, la reinterpretación de significados y la influencia mutua entre la cultura oficial y las expresiones populares, enriqueciendo así la diversidad cultural de una sociedad.

Guillermo O’Donnell, reconocido politólogo argentino, define la calidad democrática como “la vigencia simultánea de un conjunto de instituciones, normas y prácticas que aseguran la presencia y la competencia efectiva de actores sociales en el ejercicio del poder político y la protección de derechos fundamentales” (O’Donnell, 1998). En esta definición, O’Donnell destaca la importancia de la efectividad de las instituciones democráticas, la participación ciudadana significativa y la protección de los derechos como pilares fundamentales de la calidad democrática

Desde el IDUF creemos fundamental explorar el vínculo entre la calidad democrática y la participación cultural en las ciudades de América Latina. La participación en actividades culturales puede fomentar la participación política y fortalecer la democracia. El acceso a espacios culturales donde se promueva el diálogo, la interacción social y la expresión creativa puede empoderar a las personas y motivarlas a participar más activamente en los asuntos públicos.

Para profundizar sobre esta agenda de oportunidad, nos proponemos desarrollar un índice de calidad democrática y participación política en Argentina, usando como referencia el IFCD (Índice de Cultura y Democracia desarrollado por el parlamento europeo), que considere los indicadores más relevantes para el contexto nacional. El objetivo es contar con una herramienta de medición que permita evaluar el estado de la democracia y la participación ciudadana en el país, identificando áreas de fortaleza y desafíos a abordar.

Tecnologías, cultura y ciudades.

Las nuevas tecnologías han tejido una intrincada red que conecta nuestras vidas, nuestras ciudades y nuestra cultura de maneras inimaginables hace apenas unas décadas. Las plataformas digitales, con su capacidad para conectar a personas de todo el mundo y poner al alcance de un clic una inmensa variedad de contenidos, han revolucionado la forma en que consumimos cultura. Películas, música, libros y obras de arte están ahora a solo un clic de distancia, democratizando el acceso a la cultura y generando nuevos hábitos de consumo. Sin embargo, esta personalización algorítmica, si bien cómoda, plantea desafíos como la formación de burbujas informativas y la homogeneización de los gustos culturales.

Paralelamente, la inteligencia artificial está transformando la creación y distribución de contenidos culturales. Desde la composición musical hasta la generación de imágenes, la IA está redefiniendo los límites de la creatividad humana. Sin embargo, esta revolución tecnológica plantea interrogantes fundamentales sobre la originalidad, la autoría y el papel de la tecnología en la expresión artística.

Las ciudades, como epicentros de la innovación y la diversidad, están experimentando una transformación profunda gracias a las nuevas tecnologías. La sensorización, el big data y la inteligencia artificial permiten optimizar el transporte, la gestión de residuos y la eficiencia energética, convirtiendo a las ciudades en entornos más inteligentes y sostenibles. No obstante, es fundamental garantizar que estas tecnologías se implementen de manera equitativa y que no exacerben las desigualdades existentes.

Esta relación entre tecnología y cultura en las ciudades plantea desafíos y oportunidades que entendemos son fundamentales para pensar el futuro de las ciudades, por eso el IDUF se propone desarrollar una serie de debates que nos permitan profundizar la discusión sobre estos temas garantizando dispositivos de intercambio dinámicos que entiendan la velocidad de esta época.